domingo, 27 de octubre de 2013

La Depuradora


La Depuradora

Menos con su mujer o con su hijo, Enrique era un hombre de escasa conversación, no muy amigo de la palabra y, normalmente, acompañaba las pausas de una falsa sonrisa; sólo dialogaba cómodamente si se trataba de algo que tuviera que ver con las últimas tecnologías; le gustaba alardear de estar al día con todo lo relacionado con ellas. Tenía un deportivo último modelo de esos que nos gustan a todos y, gracias a sus contactos, sólo le faltaba sacar el dedo corazón por la ventanilla en las fotos que le eran hechas por los radares. Llevaba, también, un carísimo reloj omega como el de James Bond, ropa de marca, preferiblemente, de diseño italiano…, y claro está, la tarjeta del Corte Inglés. Sin embargo, bien se podría caracterizar por ser de ese tipo de hombres a los que se les pide pan y, en su lugar, te ofrecen una piedra, o se les pide un pez, y te dan una serpiente; pero, en los tiempos que corrían entonces, Enrique pensaba que cada cual tenía que aprender a buscarse la vida como mejor pudiera sin tener que depender de la caridad o de la misericordia de nadie. Entendía la vida a su manera. Ni siquiera sus padres, ya ancianos, suponían ningún tipo de carga para él o su esposa. Había delegado, sin ningún incentivo, su parte del cuidado de los mismos en una hermana que vivía más cercana a ellos y que sabía que era tratada con más cariño, por lo tanto obraba en consecuencia. El trato con sus hermanos, también, era distante. Era normal, cada uno tenía su vida, vivían un poco distanciados y allá cada cual con sus problemas. Estaba cansado de que su hermano mayor tuviera que recurrir a él para poder ayudar a su sobrino, niñato consentido, como él le llamaba, cada vez que era arrestado y acababa en algún que otro calabozo  por haber salido algo más que un sinvergüenza. Ya se había encargado de decirle a su hermano que se olvidara para siempre de su teléfono para cualquier tema relacionado con su hijo o con cualquier otro problema ajeno a él mismo.
Vivía en una urbanización acomodada de la zona oeste de la capital, quizá un poco por encima de sus posibilidades, pero, ¿quién no estaba empeñado hasta los ojos con tal de vivir en un lujoso chalet? Ya se encargaban él y el diablo de dar cumplimiento a sus deseos y necesidades. Sus vecinos eran para él un atajo de incompetentes y, tan sólo mantenía un trato interesado con uno de ellos, por ocupar un cargo  político en el municipio donde prestaba servicio como agente de la autoridad. ¿Qué se creían esos estúpidos, que era fácil ser policía local? Estaba harto de que siempre estuvieran presumiendo de sus negocios e ingresos, y además, él tenía un puesto estable de funcionario. Soñaba con que algún día fracasaran en sus negocios y dejaran de presumir.
Deseaba que su mujer supiera valorarle en su justa medida. Según él, ella tenía más que merecidos los  insultos por reprocharle su egoísmo, cuando ella no había un mes que no estrenara un nuevo modelito.  El grado de implicación en su trabajo era el normal, además, no cualquiera se la jugaba hoy en día  más allá de lo conveniente por un mísero sueldo. Por ciertas zonas, incluso, prefería no patrullar por resultar éstas algo conflictivas. Por otro lado, tampoco le gustaba verse envuelto en problemas desde que no pagaban los ciento cincuenta euros que añadían al sueldo por cada asistencia a prestar declaración en los juicios. Lo cierto, es que era rara la semana en la que no tenía que acudir a uno. Sabía perfectamente que no tenía nada que temer en ellos e incluso podía salir beneficiado, pues, hasta en una ocasión que fue acusado  de agredir a un detenido y romperle dos dientes y la nariz de un codazo, salió indemne en el juicio y tuvo que ser indemnizado con ochocientos euros por la denuncia falsa que él a su vez interpuso como víctima de agresión; pero, ya se sabe, no siempre un agente de la autoridad es un agente de la ley. Él contaba con ello y, ante cualquier capricho que no pudiera sufragar con su sueldo o sus trapicheos, ponía especial esmero y dedicación en su labor sancionadora yendo en busca de  cualquier  infractor de la ley. Solía mostrar un trato  maleducado y descortés, bien por un estado de frustración o como provocación en el caso de que supiera o intuyera con recursos al sancionado y este quisiera entrar en pleito. Abusaba de la presunción de inocencia con la que cuentan los agentes en los juicios y  explotaba su condición para mejorar sus ingresos sin ningún tipo de escrúpulos. Eso suponiendo que no estafara a las compañías aseguradoras, a las que él tenía conceptuadas como las auténticas estafadoras. Esta vez, el antojo era una gran pantalla de LEDS a la que había echado el ojo en casa del politicastro de su vecino, como él le llamaba. Le costaba tres mil euros y, al no tener ningún ingreso extra programado, pensó: ¿Qué mejor que encontrar a algún pardillo para que pague mi capricho? Y, con esto en mente, estuvo casi una semana saliendo a patrullar. La situación tuvo lugar en la intersección de unas calles del municipio donde trabajaba. Un conductor, que pasó por la esquina donde Enrique y su compañero estaban acechados, cometió la imprudencia de tocar el claxon con algo de insistencia al vehículo que le precedía e, inmediatamente, fue parado por los agentes. El hombre, de unos treinta y cinco años más o menos, detuvo su vehículo donde le indicaron los agentes. El coche era un último modelo de la marca BMW, y el conductor daba el perfil perfecto para pagar su superpantalla. Era el tipo de ciudadano a los que tanto repudiaba el agente; pensaba que recibía por parte de ellos un trato altanero, amparados en su condición social. Requerida  la documentación: permiso de conducir, de circulación, seguro del vehículo, etc., fue sancionado por tocar el claxon. La multa ascendía a sesenta euros, no parecía mucho, pero al hombre no le sentó nada bien ni la actitud de Enrique ni la sanción; le parecía totalmente ilógica: los agentes sabían que se había visto obligado a tocar el claxon ante el frenazo imprevisto del otro vehículo. No obstante fue sancionado y ante la queja del hombre , viendo Enrique el grado de enfado del conductor, le invito a salir del vehículo:
- Salga del vehículo, vamos! -le dijo el policía al conductor.
- Pero se puede saber qué pasa ahora? -preguntó alarmado y asustado el conductor,
- De momento, hágame caso y cállese, vamos! -abriéndole la puerta del vehículo.
- Pero le parece poco ya, sancionarme por tocar el claxon?
- Le estoy diciendo que se calle! No me ha oído, hostias?
Y de forma brusca y humillante, le obligó a apoyar las manos sobre el capó, mientras le apartaba las piernas casi a patadas. Optó después por cachearle de forma un tanto brusca,  buscando, de ese modo, la provocación para más tarde, amenazar con la retirada del vehículo y acusarle de haber bebido:
- Qué pasa ha bebido un poquito, no? -sonriendo y buscando la complicidad del compañero.
- Por qué dice eso, agente? -temiendo oler a alcohol.
- No sé, usted sabrá! Pero apesta a borracho. Perdón a haber bebido. Jajajaja! -sonreía mofándose del conductor, y cogió el walkie-talkie y comenzó a hablar: Hache cincuenta, hache cincuenta a central; me recibe?
- Le recibimos hache cincuenta. Aquí central, dígame! -contestaron desde la central.
- Aquí, hache cincuenta! Soy el 17.218; por favor, mándenme al grupo de atestados a la calle Gutiérrez Canales intersección con calle Circe, que hemos parado a un conductor que tiene todos los síntomas de ir ebrio y mándame también la grúa. Además pásame esta matrícula BLL 5544, pertenece a un vehículo de marca BMW modelo 320 azul marino metalizado. Y de paso, mírame este D. N. I. 51445538 M de Antonio Ruiz Bonilla. Venga espero. No tengas prisa!
- Okey! Te lo miro. Ya te mando a los de atestados. Corto y cambio!
- Recibido. Corto! -dijo de nuevo el número 17.218, es decir, Enrique.
Y así, procedió a llamar al grupo de atestados para realizarle la prueba del alcohol.  Una vez llegado el grupo de atestados y hecha la prueba correspondiente, tuvo la suerte de haber acertado con su diagnóstico, siendo 0,6  gramos de alcohol en sangre el resultado del test.
- No decía que no había bebido? Cuánto listillo hay! -volvió a sonreír. 
- Pero si he bebido cuatro cervezas! No me jodas! -se repetía en voz baja.
- Pues no lo tenemos que llevar detenido.
- Qué? Por cuatro cervezas? Que yo tengo cosas que hacer, saben? Qué pasa, que no hay delincuentes por ahí para detener o es que esos les dan miedo? Me cago en la madre que me parió!
- No le he dicho que se calle, ya?- en actitud chulesca. 
Y de esta manera Enrique, el 17.218, puso fin a la conversación.
El vehículo fue inmovilizado y retirado por las grúa; siendo la sanción de seiscientos euros y la retirada de seis puntos, además de los ciento sesenta y cinco euros que le costaría posteriormente retirar el vehículo del depósito.
 El hombre se justificó diciendo que eran las tres de la tarde y que tan sólo había consumido cuatro cervezas, pero de nada le sirvió y, lo que empezó siendo una pequeña infracción de tráfico, acabó siendo una pesadilla. El conductor se fue acalorando por las circunstancias, mientras que, socarronamente, el agente y su compañero no dejaban de reírse. Él, mismo, le puso las esposas y lo llevó detenido y, ¡vaya, cómo se las ajustó!  En el traslado a comisaría, el detenido solicitaba que por favor le soltaran un poco los grilletes por estar excesivamente apretados pero no hicieron ningún caso de su petición. En comisaría, el detenido increpó al agente y a su compañero por el trato recibido y amenazó con denunciarles por el daño sufrido en las muñecas; no obstante, salió de la comisaría sin cursar la denuncia.
Pasados unos meses, ¿cuál fue su sorpresa en los juzgados al enterarse que había sido él el denunciado por agresión y atentado a  un agente de la autoridad? Pensaba que sólo había sido denunciado por ir conduciendo en estado ebrio. La infracción podía ser rebajada en un tercio en el caso de celebrarse el juicio rápido con conformidad de la culpa por parte del acusado, pero, la indemnización que se le pedía por parte del agente ascendía a dos mil euros sin  posibilidad de rebaja ni acuerdo. Evidentemente, el acusado  no admitió los hechos y esperó a que llegara el día del juicio para poder defenderse.
El juicio se celebró a los tres años. Estaban citados a las once de la mañana en los juzgados de lo penal, número 61 de la  plaza de Castilla,  situado en la primera planta del edificio. Todo transcurría normalmente: comparecieron a su hora tanto el abogado de la defensa con el denunciado como el abogado de la acusación y cuatro agentes: Enrique, su compañero de patrulla y dos agentes más que ni el acusado conocía.
Llegado el momento de la declaración y abierta la vista; una vez presentada la causa del juicio por el presidente de la sala y después de las acusaciones por parte de la acusación particular y el ministerio fiscal, declaró el imputado: negando éste los hechos de agresión y declarándose no culpable; más tarde  fue la abogada de la defensa quien expuso su estrategia de defensa y presentó los argumentos en contra de la veracidad de agresión imputada a su defendido y denunciada por parte del agente de la autoridad número 17.218; y ya por último, después del abogado de la acusación y del ministerio fiscal, llegó el turno del agente 17.218 y de sus compañeros como testigos de la agresión. Cuando el agente comenzó su declaración, un intermitente goteo empezó a sonar sobre el parqué del suelo de la sala y, un hilo de putrefacto líquido iba deslizándose desde la parte alta de los muslos del agente hasta llegar a sus tobillos; rápidamente comenzó a  inundarse la sala; el abogado de la acusación se salpicaba al pisar los excrementos; el ministerio fiscal chapoteaba en ese viscoso y hediondo fluido que no dejaba de brotar cual fuente tóxica de los tobillos del agente 17.218 y que estaba empezando a cubrir a los números 17.219,  17.220 y 17.221.
La sala del juzgado número 61 de la primera planta de la plaza de Castilla estaba convirtiéndose en una inagotable hedionda y asquerosa catarata marrón de diferentes tonos. Curiosamente, y como en simpatía con este acontecimiento, en diversos tribunales, empresas, gobiernos y demás estratos de la sociedad, comenzaron a tener lugar fenómenos similares, confluyendo sus caudales en una depuradora común y global  que transforma ese fluido, en el elemento del que se abastecen los personajes más inmorales de nuestra sociedad.
                                                                                      GaDe 27/102013

No hay comentarios:

Publicar un comentario