La sombra
Esclavo de ese halo que encumbra tu belleza,
yo tuve que apartar mis ojos de tus ojos,
absorto por huir negándome al deseo
de ser como un Yinyang, que en dos lo abarca todo.
En el cenit sensible, y a la virtud rendido,
veía tus facciones plasmándose en poema:
aquel que el corazón, jamás tuvo tan claro,
aquél que mi saber, jamás a él se atreviera.
Cascada era tu pelo de ondas tremulantes
que en bucles descendía, hasta tocar mi pecho;
fundidos en la piel, cambiando los compases,
forzando así, a dos voces, gemidos y jadeos.
Y como a un pez, de noche, salía a tu captura,
por eso amanecía mojado hasta los huesos,
y el día transcurría, creciendo en mí las ansias
que más tarde calmaba, lanzándote el anzuelo.
Con eso me gozaba, no tuve otro aliciente
que no fuera el disfrute de mis sueños contigo;
en todo fui cobarde, no te invité a entregarte
ni quise que supieras que sólo era un furtivo.
Y así, llegó el momento fatal de tu partida,
y solo, en mis tinieblas, no pude hallar la luz,
pues la inseguridad tomó de mí el gobierno,
ahogando mi autoestima, pues ya no estabas tú.
Yo nunca fui Narciso, con la vista en el agua,
y si fingí rechazo, tan sólo fue por miedo,
por miedo al halo inmenso que encumbra tu belleza;
contraste de la sombra que está en mí por defecto.
GaDe 25/10/2016