viernes, 11 de octubre de 2013

El náufrago

Con quién iba a hablar, si estaba solo? Al menos, así creía parecerle.
El único receptor que encontrara en las dos últimas semanas era Dios en sus oraciones. Al menos, parte de lo que le pedía se lo estaba concediendo en su día a día, pues, de una forma o de otra, le sustentaba a diario si no con pan, como pedía en sus Padre Nuestro, principio de sus oraciones, con otros alimentos como peces y algunos frutos de la isla.
Cuánto recordaba cada día, cuando, en tiempo atrás. recitaba un mismo y cautivador pareado a más de una mujer, pero, en su corazón, siempre aparecía la inspiradora de esos versos.
 Hasta que llegara ella, la que borró toda huella de la anterior musa, y tomar aún con más fuerza el lugar de privilegio por ser a ella ahora dedicados. Ahora sí cobraban auténtico sentido y verdad aquellas palabras escritas en verso. Él, no es que le importará mucho tanto las formas ni los metros y por supuesto, aún menos el tipo de periodo rítmico, las cláusulas, ni las pausas ni cesuras, dejaba al sentimiento que dictara su escritura.
Aficionado a ella, desde muy joven, escribir en sus libretas era su desahogo y el porqué de su aparente capacidad artística. Nunca pretendió nada más allá que escribir y vaciar su corazón e incluso sus pensamientos irónicos, reivindicativos o denunciando injusticias y otros de línea reflexiva en unas cuantas líneas, casi siempre versos; a él le parecía que la prosa era una usurpadora del tiempo y prefería la espontaneidad de la poesía.
Oh!, cuánto se acordaba ahora de aquel pareado, de aquella estrofa de dos versos que decía así:
"Si el azul de tus ojos la mar tuviera,
por siempre náufrago vivir quisiera"
Dos semanas, tan sólo dos semanas, pero: No  sería que era cierto el  color de esos ojos similar a la mar?
Acaso Dios le dio el consuelo de darle el mar y así dar cumplimiento a su pareado y no así a la musa a la que al fin fueron por siempre ya dedicados?

GaDe 12/10/2013 a Ilona Teresa W

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