Suena la corneta, y al ruido de saltos, somieres y movimiento de literas, él despierta; se acerca la mañana.
Se despereza tumbado todavía, y se levanta como impulsado por un metálico resorte. Ya aseado y preparado, estira las mantas del camastro, y sin conversar con nadie, se dirige junto a otros hacia fuera. Poco a poco va ocupando su sitio en formación. Al raso, hace frío de sabañones. Aún tintinean las estrellas sobre el terciopelo oscuro de la noche, y el joven con un firme exagerado y con el cuello erguido más de la cuenta para observar así bien alto, las mira y con la vista merodea; parece que es al cielo a aquel al que el pecho ofrece; y mueve sus labios, y en conjunto, se adivina una oración.
No le distrae un resto de luna en primer plano, él busca los brillantes en ese escaparate que es el cielo, o quizás, piensa, sean los destellos del poderoso velo del misterio, aquel que oculta los dos altos tronos de la divinidad.
Ofreciéndose a la vida, despierto sueña; y no desdeña la llegada de la muerte. Hoy pudiera ser el día. En su gesto, ya acabada la oración, se dibuja una sonrisa. En su rictus no hay ningún rastro de miedo, ni siquiera hay un esbozo de temor, ni se sospecha, sólo se advierte paz.
Él es de la vida y va a la muerte y a la vida, a ellas gustoso va se da y se entrega.
-Valeroso muchacho!
Valiente entre valientes!
Cuál es tu bandera?
-La bandera de tu nación, de mi nación, de la nación del enemigo;
mas llevo en cada una el estandarte de la cruz, y por verdad y por la vida y por la gloria de mi Dios yo lucho y moriré.
Dejadme ya, pues!
A este día le llamáis día del padre, no es verdad?
Pues mi Padre está en el cielo. Dejadme felicitarle!
GaDe 19/3/2014 FELICIDADES PADRE!
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