sábado, 28 de diciembre de 2013

Santos inocentes

Santos inocentes

Lo cierto es que eran dos chiquillos, pero no por ello tenían la cabeza llena de pájaros, o sí, quién sabe, pero la realidad es que siempre estaban liando o planeando alguna trastada.
Vivían en un barrio de Madrid, digamos, de los de no muy buena fama: todo tipo de delitos se daban, aprendían, se veían o se perfeccionaban en sus calles; aún hoy sucede lo mismo, el nombre mejor lo omito no por ficción sino porque yo vivía allí.
Los nombres de los muchachos son Carlos y Juan. Carlos era el mayor y apenas contaba quince años, endeble en apariencia pero, un chaval duro, de esos que no se les pone nada por delante. Juan era el menor, tenía entonces catorce años recién cumplidos el día veintidós de ese mismo mes, diciembre, sin embargo, parecía tener un aspecto más saludable y más fortaleza física, pero de carácter, quizá fuese más débil; por lo demás, ambos vestían de tejanos, camisetas, jerséis y cazadoras similares.
Ese día serían las doce de la mañana, Los dos estaban en un parque donde paraban y tenían normalmente por lugar de encuentro. Y según conversaban, se le ocurrió a Carlos una idea, con un chasquido de dedos como el que acaba de dar con la solución de un enigma o acaba de tener una brillante idea, le dijo Carlos a Juan:
- Bah, chaval, la que vamos a preparar!
- Qué dices, tío? - preguntó Juan.
- Hoy, chaval! Hoy es el día! Qué día es hoy? - preguntó entusiasmado.
- Pues veintiocho... Ah, los santos inocentes!
- Pues claro chaval! Hoy lo podemos hacer, y si nos cogen, pues decimos que era una broma.
- El qué se te ha ocurrido ahora? - preguntó Juan resignado a esperar cualquier locura.
- Pues eso! Lo de mi tía. La farmacia!
- No flotes, anda! No tío, yo paso. Sabes lo que estás diciendo?
- Pero si está chupado chaval, dos caretas de payaso de esas que dan miedo y ya está. Sé donde está la pasta, conozco a mi tía y a la chica perfectamente y no harán nada. No se les pasará por la cabeza que somos nosotros; además, luego le sacan mazo de pasta al seguro.
- Ya tío pero y si nos cogen?
- Bah, cagón! Que es mi tía y a malas, diría que era una gamberrada o por mi madre, nos quitaría la denuncia o algo se inventarían.
- No sé, tío. Hombre, estaría cojonudo..., pero no, no tío, es una locura.
- Bueno cagón, como quieras. Voy a hacer unos recados. Vas a estar aquí.
- Pues claro, dónde voy a ir. Te acompaño?
- No, no! Vengo pronto. Venga, hasta ahora!
- Hasta ahora! No tardes. Si no estoy aquí, estaré en el parquecillo.
Y así pasó. Pasadas la una, Juan se fue al parque como había dicho. Allí se estaba más a resguardo del viento y se podía encontrar a algún que otro amigo. Se compró un litro de cerveza y fue al parque. En el parque no había nadie y Juan se sentó en uno de sus bancos como siempre, abrió el litro y después del primer trago y tras eructar se dijo en voz alta:
-Qué chalado! Me lo diría en serio? - se preguntaba.
Y siguió bebiendo, frotándose las manos por el frío. No creo yo que apeteciera mucho, pero ya saben aquello de: "Las costumbres se hacen hábitos" y, el chaval siguió bebiendo tranquilamente, mientras poquito a poco, el alcohol fue haciendo más efecto, hasta el punto de empezar a estar un poco colocado.
Pasadas la una y media, como si hubiese cronometrado el tiempo que iba a durarle a Juan aquel litro, apareció Carlos y otro amigo con un litro más. Se saludaron, se acomodaron los tres en el banco y siguieron bebiendo.
- Dónde te has metido? - preguntó Juan a Carlos.
- Na! Comprando unas cosas a mi vieja a ver si la sacaba algo de pasta y en el chino.
- En el chino? Para qué?
- Espera! - dijo mientras se acercaba al coche en el que habían llegado él y su colega.
El colega, porque el nombre ni lo sé ni lo recuerdo si es que alguna vez lo supe, le apodaban "chino"; era mayor que Juan y Carlos, tenía ya los dieciocho cumplidos. Por lo demás, no es necesaria más información, en unas pinceladas rápidas se podría decir para describirle que era un chico de la calle y lo seguirá siendo, pues esto pasó hace dos años.
Carlos cogió una bolsa de su asiento, o sea del copiloto, e introducido medio cuerpo en el vehículo que estaba aparcado a espaldas del banco, se acercó a Juan con una careta de payaso, tocándole la espalda. Qué sobresalto dio Juan!, mientras que Carlos y el chino se burlaban riendo, y dijo Carlos:
- Vamos, no me jodas que no dan miedo? Vamos a hacerlo chaval! El chino nos lleva y tiene dos trastos (pistolas), una es de pastel, pero el lleva una buena por si a caso.
- Qué dices, tío? Y cuando denuncien que les han atracado dos con caretas de payaso y pregunten en los chinos, qué? No van a saber que las has comprado tú?
- No, porque las ha comprado su chica -señalando al chino- en su barrio, y tres más de Reagan por si estas no te molan; las llevamos en el maletero.
Cogiendo Juan el litro de las manos del chino, después de un trago, preguntó:
- Qué hora es?
-  La una y cuarenta y cinco -respondió Carlos. Mi tía cierra a las dos, pero la chica los sábados se va un poco antes. Si está todo calculado chaval! Tú sabes toda la pasta de la semana que tendrá? Y mi tío no va porque está en casa en la silla de ruedas y como no sea un milagro...
- No me jodas Carlos, que haces conmigo lo que quieres.
- Vamos coño! El chino nos espera fuera y el coche es chorao (robado).
- Espera! Déjame que piense! -dio un nuevo trago a la cerveza, la apuraron entre los tres y allá que fueron, a la farmacia.
Llegando a la farmacia a las dos menos diez, y después de ver salir una previsible última clienta, al ser casi las dos, según salía ésta, y aprovechando el tiempo de cierre de ese viejo muelle de puerta, entraron rápidamente. Con sus caretas de payaso dieron tal susto a la farmacéutica, tía de Carlos, que cayó al suelo desmayada. Carlos no tuvo ni que enseñar el arma de fogueo ni Juan el machete. Cerraron por dentro la puerta con pestillo y se dirigieron a la caja Juan y a la trastienda Carlos, justo al lugar y al cajón donde se guardaba el dinero de la semana.
- Buah, chaval, cuánta pasta! Deja la caja y venga vámonos!
- Que no coño! Cómo se abre esta puta? - refiriéndose a la registradora.
- Dale al botón verde!
Y la registradora se abrió: recogieron todos los billetes y fueron hacia el coche ya con la cara al descubierto y unas bolsas en las manos.
La farmacéutica seguía desmayada y Carlos tuvo el conato de intentar reanimarla, pero no lo hizo por las circunstancias que lo habían provocado. No obstante, luego se enteraría de su estado de salud pensaría.
Ya dentro del coche, dijo Carlos:
- Hecho! Sí, sí, sí!
- Todo bien? - preguntó el chino, mientras salieron a una velocidad moderada para no levantar sospechas.
- Sí, tronco! Y hay mazo de pasta! -dijo Carlos.
- Cojonudo! -dijo Juan con muestras de alegría. Eres la hostia Carlos!
- Si luego se lo sacan al seguro; yo lo sé!
Y cuando llegaron al primer semáforo de esa misma calle, el chino bajo la marcha hasta ponerse el disco en rojo, y parados,  tocó el claxon del coche. Dos tipos se acercaron al vehículo y apuntando a los muchachos con armas mientras les abrían las puertas a la par les dijeron:
- Abajo, vamos, abajo y dejadlo todo ahí!! -refiriéndose a las bolsas, las caretas y las armas.
- Os bajáis aquí chavales -dijo el chino.
Los muchachos creyendo que era absurdo o irreal lo que les estaba pasando, asustados, pensaron incluso que eran policías y el chino se habría chivado, se bajaron sin oponer resistencia, subiéndose los dos tipos en los mismos sitios que ocupaban los muchachos. Los muchachos con una mezcolanza de emociones como al que un torrente de sorpresas les hundiera, miraban al coche sin entender todavía qué estaba pasando.
El chino les tiro por la ventanilla cincuenta euros en billete a cada uno y les dijo:
- Pasad buen sábado. No os preocupéis que las caretas las tiro yo, vosotros quedaos con el traje. Esas bromas no se hacen a la familia Carlitos.
Y se marcharon en el coche el chino y los otros dos más muertos de risa.
Mientras, a doscientos metros de la farmacia Juan y Carlos parecían imitar en bajito el famoso quejido de Charlie Rivel:
Aaaaauuuuuuuuuuh!

GaDe 28/12/2013 a los Clown

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