domingo, 15 de junio de 2014

Las cartas

Las cartas

 Quizá fuera la monotonía después de la ilusión de los primeros meses la que, sin gustos en común o complementarios, llegó al punto de hacer rutinaria y odiosa la convivencia en la pareja. 
Él, Tom, se había convertido en un crápula y satisfacía sus fantasías a dos kilómetros de su casa en un conocido Club de carretera donde una figura de mujer sobre una copa en neón servía de reclamo, o más bien de anzuelo para todos los besugos sudorosos y malolientes que habían pasado muchas horas al volante.
Ella se llamaba Linda, y hacia honor a su nombre; era una mujer de bonito aspecto, educada a las faldas y al rifle de papá; buena ama de casa y, en fin, la mujer que cualquier hombre desearía encontrar de regreso a casa.
Un día de primavera, cuando los pájaros no sin dificultad se aparean, se instalaron unos nuevos vecinos en la urbanización y, como es costumbre en California, pasaron por el vecindario próximo para obsequiarles con un pedazo de una rica tarta de manzana. La nueva vecina se llamaba Sara y su esposo Martin.
Al poco tiempo de instalarse, ya se habían convertido en una ejemplar pareja de muy buenos amigos; hoy cena en casa de Tom y de Linda; mañana cena en casa de Martin y Sara, ... Y hasta aquí, todo muy normal, pero, una tarde en la que Linda fue a ayudar a Sara a preparar la cena; mientras ellos departían sobre esas fanfarronadas tan dadas al gusto de los hombres en un bar cercano.
Linda confesó a Sara que pensaba abandonar a Tom; decía que ya le era insoportable y pedía cosas muy sucias en la cama, y que además, sabía que estaba siendo engañada por cartas recibidas en casa cuando él estaba trabajando en las que se daban todo tipo de detalles.
Sara, muy sorprendida por lo que estaba oyendo y cariacontecida, también admitió estar recibiendo esos anónimos al poco de mudarse a su nueva casa.
Sara subió corriendo al cuarto y bajó apresuradamente con las últimas cartas recibidas. Ambas comprobaron que decían palabras similares y se quedaron perplejas; pero Linda espetó: espérame que voy a casa a por las mías; y así lo hizo. Cotejando unas y otras, era evidente que el remitente era el mismo por la forma de las letras cortadas y el papel utilizado.
 Pero, por qué? Con qué oscura intención se habían remitido esas cartas? Tendrían un porqué? Querrían que abandonaran el barrio? O incluso: No sería obra de un maniaco asesino o violador? O lo más probable: Sería eso cierto y los dos tenían sus correspondientes amantes?
Esa cena prometía ser algo más que entretenida ya que ellas habían acordado sacar las famosas cartas para exigir alguna explicación.
Tom y Martin llegaron del bar y en el ambiente, aparte del olor a carne asada, se podía palpar la tensión en los monólogos al turno preparados.
Esa noche nadie parecía tener nada que decir de momento, excepto ellos que no paraban de hablar de negocios y cacheteaban a sus respectivas el trasero  de vez en cuando. Ellas, con semblante serio, aguardaban la hora del desenlace como si de una traición de ellas se tratara; y la cena transcurrió en un silencio de ellas nada normal y el diálogo de esos ya grandes amigotes de amplios estómagos.
Una vez que hubieron cenado, Tom y Martin fueron servidos con un pedazo de postre y bajo el plato, a modo de servilleta, un par de cartas bien dobladas pero que evidenciaban que algo extraño sucedía a no ser que fueran servilletas de diseño.
Linda y Sara, esperando la reacción en ellos al verlas muy parecida a alguien que se atraganta, se miraron una a la otra, mientras que ellos, como si de unas servilletas se tratarán dijeron:
-Tan caras están las servilletas para que nos pongáis papel de revista para limpiarnos?
-Sí, Martin, debe ser así; hoy día todo está muy caro y es bueno que nuestras mujeres empiecen a valorar lo que cuesta traer el sueldo a casa.
Ellas con un furor inusitado preguntaron al unísono:
- Pero se puede saber de qué estáis hablando? Qué significa esto? -mientras Linda abrió una de las cartas.
Tom contesto:
- Guau, eso es un aviso parece.
Y empezó a reírse dándole golpes a Martin en el brazo que tampoco paraba de reír.
La verdad es que fue Tom el que tuvo la idea y, como últimamente os notábamos muy frías  y distantes en la cama, qué mejor que dos leonas como vosotras satisfagáis de nuevo a vuestros leones. Y los celos..., qué mejor  que los celos prometen las noches más fogosas y apasionantes?
La tarta que aún quedaba sobre la mesa fue a parar a la cara de Tom lanzada por Linda, y Martin, muerto de la risa, rompió la silla en la que estaba sentado al agarrar a Sara por la cintura.
Pero esto no acabó así: al día siguiente cenaron en casa de Linda.
Y la estrategia tuvo su resultado: Tom no frecuentó más ese Club de carretera; ahora era Martin su cliente habitual.


GaDe 15/5/201

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